El Montículo: Oasis de amor en La Paz
Álvaro Riveros Tejada
10 de marzo de 2014
Cuenta la leyenda corroborada por el Padre Calancha, que a mediados del siglo XVI, más precisamente en el año 1579, un movimiento telúrico de enormes proporciones produjo un deslizamiento de tierras en la zona de Cotahuma de La Paz, que dio origen al actual montículo de Sopocachi.
Se describe que Anco Anco era un pueblito de unas dos mil almas, de mayoría indígena, y que estaba situado en la región de Sopocachi. Comprendía las zonas de Llojeta y Tembladerani. Dicha aldea habría sido confiada a los padres agustinos, donde entre los que comenzaron a catequizarlos se encontraba el Padre Agustín de Santa Mónica, sacerdote virtuoso y fiel devoto de San Nicolás de Tolentino. Al frente de la administración de la ciudad de La Paz estaba Don Juan de la Riva y Doña Lucrecia Sonsoles, primera pareja española que acompañó al capitán Alonso de Mendoza en la fundación de nuestra ciudad.
Anco Anco era una región propicia para el cultivo de papas, maíz, habas y arvejas, así también como para la caza a la cual se dedicaba la gente de aquel tiempo. Los indígenas del lugar no veían con buenos ojos ni a los cazadores ni a los catequistas y, reacios a toda sujeción, mostraron franca hostilidad, a unos y otros. Se hicieron peligrosos en su consigna de mutismo y negativa; hubo que renunciarlos a las buenas costumbres.
Los padres agustinos, cansados de predicar la fe cristiana a estos indios que no querían escuchar, abandonaron Anco Anco, indómita y rebelde como antes. Empero, no se podía dejar el pueblo librado a sus vicios y malas costumbres, sin antes insistir hasta el último extremo en infundirles la fe cristiana. Es así que el obispo Fray Domingo de Santo Tomás, ante semejante abandono, envió al clérigo David Francisco Pérez para que continuara predicando la penitencia y anunciando a los indígenas la inminente llegada de la venganza divina.
Los indígenas reacios persistían en sus malas costumbres y diversiones paganas y como si Dios hubiese escuchado las plegarias del buen sacerdote, desató un pavoroso incendio que fue creciendo durante las siguientes noches, hasta la casi total destrucción de Anco Anco. Sin embargo, ante semejante desastre, los indígenas permanecieron renuentes y se negaron rotundamente a oír las advertencias divinas trasmitidas por el cura.
Fue entonces que una tarde, cuando el sacerdote retornaba al poblado, después de acudir al llamado de auxilio de un enfermo que vivía a algunos kilómetros de su parroquia, que en medio de una densa neblina que lo rodeaba, por más vueltas que daba, no pudo encontrar su pueblo. Corrió por todos lados, desandando lo andado, creyendo que había perdido el camino. Grande fue su sorpresa al establecer, que pese a su certeza de que se hallaba en el sitio exacto donde se ubicaba su caserío, por sus grandes conocimientos de los parajes que solía transitar desde su niñez, no quedaba nada y menos se oían los ladridos de los perros o el bullicio de la gente. Por fin amaneció el día y junto con otros campesinos se cercioraron de que realmente estaban en el pueblo, pero este no existía! Había desparecido sin dejar rastró de su existencia. Un horrendo movimiento sísmico, producido ese 4 de Febrero de 1579, causo el definitivo derrumbe de sus colinas y la muerte catastrófica de sus pobres habitantes.
Curiosamente, en la zona donde se sitúa actualmente la plazoleta del Montículo de Sopocachi, fue hallada una figura de la inmaculada Virgen de la Concepción que, pese al deslave, habría quedado intacta en ese sitio. Fue entonces que pobladores de la zona decidieron erigir una capilla en honor a dicho hallazgo, la cual, a su vez, sucumbió ante un pavoroso incendio ocurrido un 5 de agosto de 1895. Lo asombroso de ese lamentable hecho fue que tras semejante desastre, nuevamente la milagrosa imagen de la Virgen sobrevivió sin daño alguno y fue entonces que en torno de ella se volvió a reconstruir la capilla. Otra versión señala que la imagen de la virgen apareció dentro de la iglesia, sobre una de las paredes de adobe.
Historia del Parque.-
Hacia el año 1948, cuarto centenario de la fundación de la ciudad de La Paz, la junta de vecinos de la zona de Sopocachi presidida por el célebre artista italiano Don Emilio Amoretti Cassini emprendió obras de mejora en el parque y, entre ellas, la remodelación total de la iglesia. De esta exclusiva labor piadosa se hizo cargo la Sociedad de Señoras del Montículo de Sopocachi que estaba integrada por damas de la vecindad, presididas por Doña María Esther Tejada de Riveros. Fue en dicha época que la iglesia adquirió su actual aspecto, con la inclusión de un altar elaborado en mármol, un comulgatorio del mismo material y un moderno órgano importado de Italia.
Las molduras de yeso dorado que semejan flores y adornan el altar mayor y partes de la nave principal de la iglesia, junto a un precioso bautisterio que fue removido inexplicablemente de su sitio, fueron realizadas por el artista español Enrique Nogué, que había sido contratado por la comuna paceña, para remozar el teatro municipal. Posteriormente hizo la decoración de la Cripta de San Calixto y luego, toda la decoración de la Casa de España.
Creación del paseo del Montículo.-
La creación del paseo fue promovida en 1817 por el gobernador de Nuestra Señora de La Paz Juan Sánchez Lima, quien quiso formar una gran vía que conectase lo que hoy es la plaza Venezuela con el Montículo, que se encontraba en el valle de Sopocachi, rodeado entonces de campos de cultivo pertenecientes a españoles.
Como un maravilloso detalle de ingreso al parque del Montículo se erigió un portón tallado en piedra, con un estilo barroco mestizo, donde se puede leer el año 1776 como el año de su creación. Esta joya pertenecía al antiguo seminario “San Gerónimo”, situado en la actual calle Armentia de la ciudad.
Atravesando el arco de piedra nos topamos con la imponente fuente de Neptuno que embellece el centro de la plazoleta, donde fue trasladada en 1928, luego de un largo peregrinaje que comenzó en la antigua plaza de armas (actual plaza Murillo) La Gruta de Lourdes y el paseo de la Alameda (el actual paseo del Prado). Esta obra de arte, ejecutada en mármol de Carrara por los escultores italianos Magnani y Cantela, es uno de los monumentos paceños mejor logrados, por la expresión de la imagen y la fuerza que denota el pie del Dios de los mares sobre la cabeza de un pez mitológico de enorme cabeza cuadrada y afilados dientes. El pedestal lleva en las cuatro esquinas cabezas de carnero con detalladas cornamentas, mientras que a los costados del pedestal se alzan dos caballos con medio cuerpo de pez y las patas delanteras con aletas. Todo esta sostenido por cuatro conchas marinas que reciben el agua que fluye de la boca de los otros tres peces situados a cada lado del pedestal. Al contorno del monumento, reposan aguas cristalinas.
En medio de este eclecticismo arquitectónico que se imprimió al paseo del Montículo, al lado de la iglesia se instaló en 1929, un reloj que es uno de de los mas antiguos de la ciudad y el que mejor se conserva. La hermosa maquinaria alemana se halla instalada en una caseta de madera sin mayores pretensiones y sobre ella se erige una estructura metálica de tres metros de altura, que a su vez sostiene una caja cúbica del mismo material, donde se han instalado las esferas del reloj, que apuntan a los cuatro puntos cardinales. En dicha estructura están también colocadas las campanas que señalan las horas, las medias y los cuartos, con puntuales campanadas que se escuchan a gran distancia.
En la parte suroeste del paseo se halla el Mirador del Montículo, desde donde se puede apreciar la ciudad de La Paz y en especial los barrios de San Jorge, Miraflores, San Antonio y toda la Zona Sur. Se destaca, por supuesto, la mejor vista que se tiene en La Paz, del majestuoso nevado “Illimani”.
En esta pequeña reseña sobre el paseo del Montículo de Sopocachi cabe recordar las palabras del escritor Jaime Saenz cuando se refería diciendo: “Este es el mas paceño de los parques, con ocultos vericuetos, con misteriosos senderos que suben y bajan, y con una plazoleta circular, abierta a las montañas del sur, donde se ofrece el mas imponente panorama que uno imaginarse pueda.”
No en vano uno puede afirmar que el galanteo y el romanticismo perviven en ese bello rincón paceño tornando al Montículo, en un oasis de amor de La Paz.
Artículos anteriores: