Durante el recorrido del programa “El Negro en la Calle”, el alcalde Iván Arias recibe un obsequio de alpaca mientras visitantes nacionales e internacionales se maravillan con la artesanía y la música local.

AMUN/ 28-08-25

La Calle Linares, corazón del turismo popular paceño, volvió a encender su magia durante la visita del alcalde Iván Arias con su programa “El Negro en la Calle”. Allí, donde los muros coloniales se entremezclan con aromas de incienso, hojas de coca y colores que parecen bordados en el aire, el tránsito de turistas aún resiste a pesar de la crisis económica y la incertidumbre política.

El recorrido comenzó con un gesto sencillo: saludar a las vendedoras que, desde sus pequeños puestos, sostienen la memoria artesanal de La Paz. Figuras de llamitas en miniatura, máscaras de diablo de Oruro y collares tejidos a mano se acomodaban en los mostradores como un mosaico de identidad.

“Generalmente, compran las llamitas, sí, para llevarse de recuerdo”, comenta una artesana mientras acomoda guantes y chullos de alpaca. Sus palabras son reflejo de una realidad que se repite en cada puesto: los turistas llegan, miran, compran, pero ya no con el mismo entusiasmo de antes.

El Alcalde se detiene, observa y pregunta: “¿Y qué más se llevan los visitantes?”. “Estos guantes, estas cositas de alpaca, que son 100% naturales”, responde otra mujer, con la esperanza de que la presencia municipal traiga consigo una solución para el lento fluir de compradores.

La calle —también conocida como la Calle de las Brujas— es un espacio donde lo místico se encuentra con lo cotidiano. Allí conviven las figuras talladas en madera con las mesas donde se venden ofrendas para la Pachamama: fetos de llama, hierbas medicinales, amuletos y velas de todos los colores. Cada objeto tiene un significado y un destino, y los turistas lo saben; por eso curiosean, preguntan, fotografían y a veces se atreven a comprar aquello que les parece más exótico.

Sin embargo, entre la magia también se cuela la preocupación. En una galería, una comerciante confiesa que antes “esto se llenaba de gente”, pero ahora apenas llegan unos cuantos. Culpa a la crisis, al dólar, a la falta de promoción en el extranjero. Su voz resuena en un pasillo donde el eco de los pasos contrasta con el vacío de las vitrinas.

“Necesitamos más luz, Alcalde, más iluminación para que los turistas entren con confianza”, reclama una de las dirigentes vecinales. El Alcalde escucha y toma nota. “Vamos a cambiar esos focos. Esto es una zona turística y debe estar iluminada como corresponde”, asegura. El compromiso se extiende también a la limpieza: colocar más basureros y reforzar la conciencia vecinal para evitar que la basura se acumule en las esquinas.

Mientras tanto, el recorrido sigue y la calle despliega su abanico de maravillas. Están las tazas de fierro enlozado, estampadas con cholitas sonrientes, llamas y paisajes andinos. Son uno de los recuerdos más buscados: “Se llevan bastante porque tienen motivos nacionales”, explica una joven vendedora que atiende el local Bartolina, en la galería Zumaya.

Más adelante, los ojos se detienen en las prendas de Sol Alpaca, suaves como un susurro, livianas como el viento de altura y cálidas como el abrazo de la montaña. Una vendedora le muestra al Alcalde un saco reversible: gris de un lado, marrón del otro. Su precio, 600 dólares, habla de la calidad premium de la fibra. “La baby alpaca es térmica, se adapta al clima, no causa alergias y no necesita ser gruesa para abrigar”, explica con orgullo.

El Alcalde prueba el tejido, palpa la textura y sonríe sorprendido. “Esto sí es calidad”, dice, mientras la vendedora añade que bufandas, chales y chompas también son de los más solicitados por los extranjeros. No todos pueden pagar las piezas de lujo, pero muchos se llevan algo: un gorro, un par de guantes, un poncho ligero.

La calle Linares es más que un mercado: es un escenario turístico donde se representa a diario la identidad paceña. Entre sus muros empedrados se mezclan el español, el inglés, el francés, el alemán. Los turistas caminan con las cámaras listas, algunos maravillados con la intensidad de los colores, otros intrigados por los misterios de la cosmovisión andina.

Una viajera de Israel, que lleva un mes recorriendo La Paz y Rurrenabaque, se detiene para dejar un mensaje sencillo y luminoso: “Que vengan a conocer Bolivia”. Su voz, enmarcada en acento extranjero, resuena como una invitación universal a perderse entre montañas, selvas y mercados.

No muy lejos, una turista argentina confiesa que recorrió todo el país: de los salares infinitos a los valles cálidos, de los pueblos altiplánicos a la Amazonía. Ahora, en La Paz, se declara fascinada con la artesanía colorida y viva que encuentra en la calle Linares, donde cada pieza parece guardar un secreto ancestral.

Arias entra luego en una tienda de instrumentos musicales, un pequeño templo donde cuelgan charangos, guitarras, quenas, bombos y zampoñas. El dueño, con el brillo del músico que nunca olvida su raíz, le regala un par de canciones; una de ellas es la melódica Kollita, mientras su acompañante hace vibrar el charango con maestría. La música envuelve el aire, como si la calle misma se convirtiera en escenario de fiesta.

Allí mismo, un turista colombiano observa fascinado los instrumentos nacionales. La charla deriva inevitablemente hacia el fútbol y el próximo encuentro por las eliminatorias entre Colombia y Bolivia en Barranquilla. “Un saludo a Bolivia”, dice sonriente, mientras posa la mano sobre un bombo como si fuera un corazón latiendo.

El recorrido sigue su curso. En la tienda de Sol Alpaca, la propietaria sorprende al Alcalde con un presente: una mantilla de alpaca, ligera y cálida. “De parte de la empresa Sol Alpaca queremos hacerle entrega de este obsequio”, anuncia. Arias recibe el regalo con gratitud: promete llevarlo con cariño y guardarlo como recuerdo de un encuentro que celebra el arte textil paceño.

En el camino, se cruza con un ciudadano brasileño. Entre risas y palabras cruzadas, hablan de fútbol y de las artesanías que adornan la calle. La conversación, ligera pero cálida, se mezcla con los sonidos de la zampoña que escapa de alguna tienda y con los pasos de turistas que, cámara en mano, buscan atrapar un pedacito de la magia de la Linares.

La visita concluye con promesas: más luz, más limpieza, mayor promoción turística. Pero también con certezas: la magia de la Linares no se apaga. Aunque la crisis golpee, aunque falte publicidad, aunque las ventas bajen, los artesanos siguen allí, tejiendo, tallando, moldeando recuerdos que viajan a otros continentes.

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La entrada Entre quenas y alpacas: turistas descubren la magia de la calle Linares en La Paz se publicó primero en Agencia Municipal de Noticias.

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