Sonaron los tambores y las cornetas: La Paz vive la fiesta del 13º Concurso Municipal de Bandas Estudiantiles.
AMUN / 26-09-25
El Estadio Obrero de La Paz despertó temprano, con un murmullo creciente que pronto se transformó en un estruendo de entusiasmo: los jóvenes músicos de 21 unidades educativas se preparaban para la 13ª edición del Concurso Municipal de Bandas Estudiantiles.
Entre uniformes impecables, estandartes que ondeaban al viento y la emoción contenida en cada rostro, se respiraba una mezcla de nervios y orgullo. El alcalde Iván Arias inauguró la competencia recordando a los jóvenes que la música también exige disciplina y precisión.
Con un tono didáctico, Arias explicó los criterios que el jurado calificador tomaría en cuenta: presentación, vestuario y coreografía (15 puntos); interpretación musical, afinación, seguridad y coordinación rítmica (65 puntos); y arreglo musical (20 puntos), sumando 100 puntos que definirán a los ganadores.


“Importa mucho cómo estén uniformados, cómo realicen sus coreografías y, sobre todo, que suenen en armonía”, recalcó ante los estudiantes y profesores atentos.
La jornada no solo ofreció música y color, sino también incentivos para quienes logren los primeros lugares. A través del Instituto de la Juventud y empresas privadas, se gestionaron premios económicos, trofeos, becas universitarias, cursos de oratoria, televisores, equipos de sonido, data shows y material deportivo.
“Buscamos motivar a nuestros jóvenes y revalorizar el arte como parte de su formación”, destacó el secretario municipal de Culturas, Rodney Melvin Miranda, quien recordó que él mismo inició su camino musical en la banda de su colegio.
El Instituto Americano abrió la jornada con una acuarela musical boliviana que pintó de sonidos y colores la mañana en el Estadio Obrero. Cada nota parecía llevar consigo la historia de los departamentos y regiones del país, mientras los músicos, ataviados con trajes típicos, se movían al compás de melodías que unían tradición y juventud en un mismo pulso.
La armonía del conjunto, la precisión de cada instrumento y la pasión evidente en cada interpretación llenaron el aire de un espíritu festivo y orgullosamente paceño.



A pocos minutos de iniciar la contienda oficial, el público ya estaba cautivado. Los instrumentos resonaban con fuerza y delicadeza a la vez, y el colorido de los uniformes creaba un mosaico visual que acompañaba la música.
Cada acorde y cada paso coreográfico anticipaban la emoción de la competencia, anunciando que aquel día sería recordado no solo por el talento de los estudiantes, sino por la belleza de una expresión cultural que se sentía y se vivía en cada rincón del estadio.
El concurso abrió con la Unidad Educativa Antofagasta Noruego 1, que interpretó con energía la marcha Jinetes en el cielo, acompañada de una coreografía que fusionó elementos de la tarqueada y el ritmo del pal pal.
Vestidos con impecables uniformes de color azul y blanco, los estudiantes del Antofagasta Noruego 1, desplegaron disciplina y orgullo, demostrando semanas de ensayo y dedicación.





A medida que las bandas tomaban el escenario, el estadio se transformaba en un lienzo sonoro: los gritos de las barras, los aplausos de los padres, el brillo de los uniformes y la cadencia de los instrumentos se entrelazaban para crear un instante memorable.
La Paz no solo escuchó música: la vivió, la sintió y la celebró, recordando que la juventud también construye ciudad a través del arte. La música de las bandas estudiantiles, más que un concurso, se convirtió en una muestra del talento y la perseverancia de la juventud paceña, que combina estudio, arte y pasión en un solo latido colectivo.
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